Manuelita vivía en Pehuajó

Rogelio llegó a su casa a las 11 de la noche. Estaba muerto, como necesitaba dinero para liquidar algunas deudas pendientes, en el laburo se había anotado en cuanta hora extra se presentase. Llegó con la única esperanza de tirarse en su sillón dos plazas y disfrutar del 18º retorno al ring del Roña Castro.

Ni bien encaró para el living, vio el resplandor del televisor encendido reflejándose sobre la pecera. No le dio de comer a los peces, Jerónimo estaba haciendo la plancha y su color ya no era el dorado con el que se lo entregaron en el acuario. Se había tornado un color amarronado transparentón y no se lo veía tan saludable.

La pelea había empezado pero Jerónimo se merecía un velorio y duelo decente, así que cumpliendo con su fúnebre ritual llamado “Del agua venimos y al agua vamos”, tiró al pececito por el inodoro. Ya amargado salió del baño y encaró el sillón. Estaban el gato (Richard) y la tortuga (Amalia) mirando el Animal Planet. Richard al sentir el refuño de su amo, salió disparado para el patio. Sabía que su tiempo de TV había terminado. Amalia, por el contrario permaneció con su cara amarga y seria frente a la tele y con el control remoto en su poder.

Esto le colmó la paciencia. Rogelio había dispuesto un sistema periódico de horarios de uso de la televisión, de modo que cada uno tuviera respectivamente un momento para ver el programa que quería, y esa regla se estaba rompiendo.

Discutieron, levantaron la voz, se oyeron palabras como “mantenida de mierda”, “vividora”, “fracasado”, “viejo choto” y otras tantas agresiones que salían de la boca de cada uno.

La cosa es que Amalia siempre se creyó superior. Su color azul que la diferenciaba con el resto de las tortugas (incluso con el resto de los animales del barrio), la hacía sentir más importante. Siempre argumentó su superioridad basándose en su sangre real (azul); lo cierto es que de chica la metieron envuelta por equivocación en el lavarropas junto con una camiseta de Boca de mala calidad (como todas las camisetas de Boca) y se destiñó. Escuchaba a Sting sólo por el hecho de tener un disco que la hacía sentir importante. Alardeaba de un supuesto parentesco con el Unicornio de Silvio y otros bolazos que decía para que los demás la respeten.

Pero esa noche se sacó. Con los ojos grandes, las órbitas fuera de lugar y la tensión de su cogote a punto de reventarla, se reveló ante el poder de su dueño. Habló de revolución, de anarquía, de 12 monos y otras gansadas.

Al cabo de un rato, y viendo que de seguir con la discusión se perdería la pelea, decidió arrebatarle el control remoto y levantó el brazo señalándole la dirección de la puerta. Enojada, Amalia, admitió su derrota y se retiró del campo de batalla con cara de orto. Tardó unos 10 minutos en recorrer el trayecto desde el sillón hasta la puerta de salida, esto le causó a Rogelio un calambre en el brazo y una contractura de 5 días en el omóplato.

La pelea transcurrió como de costumbre. Al Roña le aplicaron correctivos durante los 10 primeros rounds, y en el 11º sacó una derecha que durmió al mamut que tenía delante. Rogelio, exaltado de alegría gritó, se tiró al piso, hizo el gestito de Salas y le gritó un par de improperios al vecino bostero que toda la mañana lo había chicaneado con que Castro se había retirado y estaba todo arreglado para que pierda. Por primera vez en el día se sintió feliz, pero estaba solo. Su compañera de charlas y análisis nocturnos se había piantau andá a saber a dónde. Ya no le importaba el control remoto ni el Animal Planet ni las lágrimas de aire del compañero de adorno de Jerónimo ni el Combate Space. Salió en su búsqueda, pero no la encontró.

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Amalia continuó con paso decidido pero sin conocer su rumbo ni su destino. Estaba enojada y quería salir a pensar. El hecho de haber discutido con Rogelio y haberlo dejado como un energúmeno frente al televisor la había amargado. Encima mirando box. No podía ser peor. Había sido adoptada por Rogelio hacía ya unos 5 años, cuando la encontró un invierno en un baldío luego de ser arrojada por su anterior dueño pensando que había muerto. Nunca había conocido un hombre igual. Al principio, quizás por timidez, quizás por ignorancia o vaya a saber por qué, no se hablaban mucho.

Rogelio era periodista y se la pasaba las noches leyendo o escribiendo y rescribiendo las notas que saldrían al otro día. Amalia aprovechaba las tardes para leer los bocetos que quedaban arrugados en el tacho de basura, ya verdosos por las manchas de yerba. Sentía una admiración por las ideas y opiniones de Rogelio y la facilidad y claridad que tenía para volcarlas en un papel. Una noche se animó y le cuestionó un análisis que había hecho acerca de las ventajas del uso de energía solar. Rogelio se sorprendió ante la postura de Amalia, pero luego reflexionando tranquilo le dio la razón y rehizo toda su columna. La nota fue un éxito y se ganó un espacio en la página central. A partir de allí comenzaron a ser frecuentes sus largas charlas filosóficas y trasnochadas. Rogelio le comenzó a tener cariño, pero Amalia sentía otra cosa. Se había enamorado.

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Caminó unas cuadras hasta la verdulería, esto le llevó varias horas. A la vuelta ya su rostro había cambiado. Estaba más tranquila, más relajada y dispuesta a continuar con su vida y su amor escondido. Estas horas de reflexión habían logrado que su rostro se convirtiera en una imagen perfecta de la dulzura. Volvía más feliz, con una ramita de lechuga en la boca. Parecía la tortuga de la paz. A 20 metros de la casa de Rogelio se le cruzó una cucaracha y se escondió debajo del caparazón. Estaba huyendo de una señora gorda que la corría con una escoba en una mano y un Raid Negro en la otra. Amalia se apiadó y le permitió esconderse debajo de ella pese al asco que le producía este tipo de bichos. Pasado el peligro, la cucaracha se asomó y mirándola fijo le dijo:

- Muchas gracias por salvarme. No hay muchos seres vivos que nos respeten. Soy un Hada Cucaracha y por esta acción voy a concederte un deseo.

Amalia la observó incrédula, pero luego de pensarlo unos segundos aceptó el ofrecimiento. Aquella era la oportunidad que necesitaba. El momento que había esperado desde hace casi 5 años. Sin dudarlo un instante le explicó meticulosamente la mujer en la que deseaba convertirse. Detalló cada rasgo, cada centímetro, cada color de cada parte de su cuerpo. Para terminar el hechizo, la cucaracha le dijo que debía besarle la planta de la pata posterior trasera. Amalia levantó la patita y la cucaracha luego de proferir las palabras mágicas le aplicó un ósculo en la plantita. Una luz iluminó toda la cuadra y con un efecto sacado de película de Disney, Amalia se transformó en una de las mujeres más hermosas que se conocen. Lamentablemente, el Hada Cucaracha no llegó a hacerse a un costado y quedó aplastada contra el piso.

A las 9 de la mañana sonó el despertador. Rogelio un poco amargado por su soledad se duchó, tomó sus notas y salió para la editorial. Abrió la puerta de su casa y quedó enmudecido al encontrar semejante mujer esperándolo, recostada sobre el marco. Su corazón volvió a latir, la miró fijo un instante de eternidad, embobado, pensando que su sueño que aún no terminaba de irse, y sonriendo con un guiño de complicidad le dijo:

-Hoy en Isat, pasan “Ranas”.

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